“La libertad y la simple belleza son demasiado buenas para dejarlas pasar.”

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miércoles, 30 de octubre de 2013

Calígula, el dios romano de la locura

Por Cultura Colectiva

Ya en aquel mismo tiempo, a pesar de todo, no ocultaba sus bajas y crueles inclinaciones, constituyendo uno de sus placeres más gratos presenciar las torturas y el último suplicio de los condenados. Por la noche acudía a los lugares de perdición y a los adulterios, envuelto en amplio manto y oculto la cabeza bajo una peluca. Tenía pasión especial por el baile teatral y por el canto. Tiberio no contrariaba tales gustos, pues creía que con ellos podía dulcificarse su condición feroz, habiendo comprendido tan bien el clarividente anciano su carácter, que decía con frecuencia: Dejo vivir a Cayo para su desgracia y para la de todos, o bien: Crío una serpiente para el pueblo y otro Faetón para el Universo.

Se dice que cuando Calígula se recuperó de una enfermedad, un hombre nuevo resurgió: nació un Dios por autoproclamación. Sus deseos carnales superaban la seguridad del estado y su imperio significó la decadencia romana en su máxima expresión.

En ese sueño profundo de sabor a muerte, el espíritu del Kraken poseyó al emperador romano y fue tanta la dominación sobre su cuerpo que sudaba la tinta de la perversión que lo llevó al incesto, el sadomasoquismo, la zoofilia y las relaciones homosexuales.

Cayo Julio César Germánico era el nombre real de “Calígula” (31 de agosto de 12 - 24 de enero de 41), el hijo más joven del general Julio César Germánico y su esposa Agripina la Mayor, y nieto adoptivo del entonces emperador Tiberio. Calígula, le llamaron, por los pequeños zapatos que portaba durante su juventud en los campos militares.

Su llegada al trono se vio turbada por los rumores de que había asesinado al emperador Tiberio; a pesar de esto, su ascenso a la silla de Roma, junto a Tiberio Gemelo, fue bien acogido por el pueblo y el senado, pero, desde entonces, su nombre quedaría manchado por la sangre de Gemelo, a quien mandó a asesinar más tarde.

Reconocido por el pueblo como único emperador, el imperio de Calígula puede reconocerse en dos periodos: Calígula el benevolente, el clemente. Respetaba al senado, devolvió a la Asamblea el poder de elegir a los magistrados, abolió impuestos a la esclavitud y decretó amnistías para los condenados en tiempos de Tiberio; para el pueblo ofrecía ostentosos espectáculos circenses y actos de gladiadores para su diversión. Hasta que una enfermedad mental de antecedentes epilépticos e insomnios ensombrecidos por pesadillas lo convirtió en Calígula el tirano, el depravado. En un parpadeo demeritó la función del senado, difundió falsos juicios por traición para obtener dinero ilícito y cometió incesto con sus tres hermanas.

Después de su impecable gestión inicial caracterizada por tiempos de prosperidad, Calígula dejó ver, y sentir, su carácter autoritario que coqueteaba con el régimen monárquico más que con los ideales republicanos. Entre sus primeros rasgos de locura impuso un protocolo monárquico que impulsaba el reconocimiento divino del emperador en vida.

Vació las arcas del imperio derrochando la fortuna en espectáculos públicos y fiestas de la corte, lo que lo obligó a incrementar los impuestos y apropiarse de las posesiones de los senadores. Se sospechaba que era el responsable de la muerte o el destierro de sus familiares, asesinaba a quien en él viera a un enemigo, nombró a su caballo cónsul y llevaba a cabo sacrificios en su honor como parte de las acciones que lo dignificaban como un Dios. A los miembros ricos obligó a hacerlo heredero de una parte de sus bienes y suprimió el importe que se entregaba a los legionarios cuando se licenciaban.

Su desquiciada dirección le cobró factura en una evidente crisis económica y tiempos de hambruna, las que intentó remediar con medidas desesperadas como pedir dinero al pueblo.

Calígula pasó a la historia por sus episodios permeados de crueldad, extravagancia y perversidad sexual. Según algunos historiadores, el emperador tirano mantenía relaciones incestuosas con sus hermanas, pero era Drusila su favorita, al punto que cuando ésta murió ordenó su deificación previo a un periodo de duelo. Sus placeres, juegos y celebraciones estaban plagadas de una ferocidad que incluía el tormento de otros mientras el emperador era parte de una orgía entre miembros de su gobierno.

Cuantas veces besaba el cuello de su esposa o de su amante, decía: Esta hermosa cabeza caerá en cuanto yo quiera. No respetó a ninguna mujer distinguida. Lo más frecuente era que las invitase a comer con sus esposos, las hacía pasar y volver a pasar delante de él, las examinaba con la minuciosa atención de un mercader de esclavas y si alguna bajaba la cabeza por pudor, se la levantaba él con la mano. Llevaba luego a la que le gustaba más a una habitación inmediata y volviendo después a la sala del festín con las recientes señales del deleite elogiaba o criticaba en voz alta sus bellezas o sus defectos, y hacía público hasta el número de actos.

Quizá la muestra más grande de su demencia fue haberse presentado como un dios frente al pueblo y como figura inamovible, incluso, sobre el senado. Aunque las fuentes provenientes sobre la figura de Calígula (Suetonio y Dión Casio) se concentran más en anécdotas que en la política del joven emperador, se cree que esta visión poco favorecedora sobre su imperio y su persona se delineó para propiciar una imagen benévola de los Flavios, en cuyo imperio fueron escritas estas imágenes.

En el año 39 llevó a cabo una expedición a Germania y la Galia septentrional. Tras una conspiración fallida ese mismo año, encabezada por Cneo Cornelio Léntulo y Marco Emilio Lépido, este último casado con Drusila, hermana del emperador, una nueva conspiración organizada por su propia guardia, tuvo éxito el 24 de enero del año 41 y acabó con el emperador.



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