“La libertad y la simple belleza son demasiado buenas para dejarlas pasar.”

“La libertad y la simple belleza son demasiado buenas para dejarlas pasar.”

domingo, 8 de noviembre de 2020

Ella podía llenar de colores cualquier habitación

 Ella tenía la mirada serena, las cejas delgadas que techaban sus ojos inefables llenos de misterio y alegría. Me gustaba mirarle a escondidas, como un torpe acosador que la contemplaba desde escasos metros y se olvida de cuánto tiempo es lo convencionalmente correcto para quedarse viendo a una persona sin ser sospechoso. Me enamoré prontamente de sus orejitas élficas -sí, torpe adjetivo- que sobresalían de su cabello lacio como un cuarto menguante y creciente, recordándome cuánto me gusta la noche. Y así, como un día primaveral, ella podía llenar de colores cualquier habitación con solo sonreír y, al mismo tiempo, provocar la atención de cualquiera que se atreviera a mirar, si quiera, la dirección en la que ella iba. Su voz denotaba seguridad, aunque también cierta nostalgia. Me costó tiempo entender que alguien así también podía guardar penas. ¡Qué injusto sería -me dije- nublar el sol de su alegría! 


El azar nos juntó, o al menos eso me hizo creer. Se acercó invadiendo mi espacio, no tuve escapatoria. El ciclo de preguntas y respuestas rápidamente reflejaron la necesidad de compañía y la complicidad, olvidándonos por un momento del entorno y del tiempo, como si el minutero hubiese decidido tomar una siesta. Recuerdo perfectamente que, en ese primer contacto, sonaba en mis audífonos una canción que posteriormente se convertiría en una especie de himno personal. Una mini-victoria fue, para mí, el hecho de poder mirarle a los ojos teniéndola al lado, como quien intenta mirar al sol directamente. Y, en mi torpeza, descubrí que pese a los años aún me puedo poner nervioso al ver unos ojos transparentes, como cristales empañados únicamente por quienes no parecen entenderles. Las palabras fluían, pero el corazón, paralizado, intentaba en vano despertar del knock out. Así tenía que ser, era mentira aquello de los momentos y lugares adecuados.


Paolo Cesar, Lima Perú